Una cierta
tradición filosófica ha considerado que el mundo de lo que muy
generalmente podríamos denominar “afectividad” no tiene relevancia ética
alguna. Todo aquello que escape al control directo de nuestra voluntad no
tendría, propiamente, cabida en la ética. Sin embargo, esta idea es muy
engañosa. Lo es porque hay muchos otros aspectos de la vida de las
personas que, aunque no tan directamente como las acciones voluntarias, dependen en alguna medida de su libertad. Uno de esos aspectos es la vida afectiva de las personas.
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